La primera vez que escuché a Daniel Johnston fue en septiembre de 2019, pocos días después de su muerte: True Love Will Find You In The End desde la KCRW en 2017. La segunda vez fue en 2020, alguna canción de su disco “Space Ducks” que salió en el año 2013. Y la tercera fue la semana pasada, después de leer el artículo “La Banda del Corazón Solitario” que escribió Mariana Enríquez sobre él. Entonces escuché, entre otros, el álbum “Songs of Pain” de 1981.
Hay algo en Daniel Johnston que no me genera la obsesión que suelen provocarme otrxs artistas, esa obsesión de querer escuchar una música particular incansablemente todos los días, y es esa la razón por la cual me es posible discernir con claridad los tres exactos momentos en los que me acerqué a él. A veces pienso que decidir escucharlo se ha convertido para mí en decidir ingresar a una especie de ritual en donde me enfrento a heridas que creía cerradas. Quizás sea el exceso de melancolía de su voz o su dolorosa sinceridad, o puede que sea su mirada perdida y la caída de una que otra lágrima en sus conciertos en vivo, tal vez la cruda sencillez con la que consigue llegarme hasta los huesos, o quizá lo particularmente especial que fue cada uno de esos tres momentos de mi vida en los que su música me atravesó. Es probable que sean todas buenas razones por las cuales prefiero tomarme con calma mi aproximación a él y es por eso que hoy elijo escribir al respecto. De todas formas, no puedo dejar de lado que mi decisión de escribir sobre él también apareció después de leer a Jacques Derrida. Pareciera que tanto Daniel Johnston como mi relación con él, respondieran de una manera sorprendentemente natural a algunos de los postulados del filósofo argelino.
Más allá (aunque en realidad no tan lejos) de la tormentosa vida que tuvo Daniel, hay algo en su historia y sobre todo en la historia temprana de su música que me resulta totalmente fascinante. Algo que apareció desde el principio y se quedó ahí por siempre. Johnston vivía en Waller, Texas, en el seno de una familia norteamericana numerosa, sumamente religiosa y conservadora. Desde chico siempre tuvo una gran habilidad para las artes, aprendió a tocar diferentes instrumentos en la banda del colegio al que asistía, se destacaba por su destreza en dibujo y pintura y hasta hacía grabaciones de películas caseras. Era fanático de los Beatles y no conocía mucho más: “su educación musical es errática y caprichosa” dice Mariana Enríquez en su artículo. También cuenta 1 ahí que Daniel conoció recién a sus 40 años el famosísimo “Pet Sounds” de los Beach Boys, que salió en el ’66.
Para empezar y durante su adolescencia y juventud mantuvo una atracción peculiar por los casettes, los usaba para todo. Grababa reflexiones o pensamientos a modo de diario personal, a veces los usaba como libros de anotaciones donde plasmaba ideas. Sus primeros discos, como “Songs of Pain” (1981), “Don’t Be Scared” (1982), “The What of Whom” (1982), “More Songs of Pain” (1983), “Yip Jump Music” (1983), “Hi, how are you” (1983) entre otros, son básicamente transcripciones musicales de sus diarios personales, con muy poca métrica o rimas, y fueron todos grabados en casette. Para la grabación de estos álbumes usaba un equipamiento barato marca Sanyo, con el que registraba el sonido en un solo canal, y lo hacía desde una habitación ubicada en el sótano de su casa. Es esta forma de producción lo-fi o DYI (Do It Yourself) el primer aspecto que me cautivó de su historia. Su canción “Brainwash” del disco “Songs of Pain” (1981) empieza con la grabación de una discusión con su madre, y canciones como “Like a Monkey in a Zoo”, “Wild West Virginia” o “Living Life” del mismo disco, comienzan con el registro sonoro de conversaciones que a mi me resultan inteligibles.
De allí se desprende mi segundo punto de interés alrededor de su obra: es casi como si su música nos permitiera transportarnos hasta su casa en Texas de los 80’s, para verlo y escucharlo de cerca, sentado en soledad al lado de su teclado y de su boombox, ahí abajo en ese sótano. En “Songs of Pain”, por ejemplo, por momentos oímos con claridad el eco de esa habitación, los ruidos de fondo. Se nos abre la puerta a ese entorno de represión familiar en el que vivía, a la marginalidad de su habitación por haber sido diagnosticado en su adolescencia de enfermedades psiquiátricas graves, enfermedades de las que en ese momento se conocía poco y que hoy en día existen bajo el nombre de bipolaridad y esquizofrenia.
Daniel escribía y cantaba sobre su adolescencia incomprendida, sobre fantasmas y superhéroes, sobre su amor no correspondido y obsesivo por Laurie, sobre su confusa enfermedad mental y también sobre la muerte. “Su angustia resume una parte de la complejidad del artista Daniel Johnston. Escribía en 2006 el crítico Ty Burr, en su reseña de The Devil and Daniel Johnston: “Su trabajo tiene la inocencia perturbadora de un objet trouveé, pero sin embargo en sus momentos lúcidos es tan ambicioso como cualquier otro músico profesional. Es un participante activo de su fama, pero, ¿cuántos de sus fans responden a su música y cuántos a su status de choque de trenes hip? ¿Dónde está la línea entre la explotación –incluso la autoexplotación– y la admiración? Si Daniel Johnston no tuviera una enfermedad mental, ¿alguien escucharía sus canciones?” 2
Así, entonces, pareciera que Johnston no sólo tuvo que tolerar la exclusión en su familia, sino también fue víctima de la subestimación de escépticxs que se atrevieron a cuestionar y dejar al margen de su auténtica sensibilidad su delicada capacidad artística por haber padecido una enfermedad psiquiátrica. Coincido con Mariana Enriquez cuando dice que las canciones de Daniel son “expresión pura, sin discurso, son un impulso creativo solitario, no son reacción ni escena”, 3puedo pensar aquí en Derrida y cómo su lugar de extranjero en el mundo penetra en toda su obra. Se encarga de polemizar la condición binaria de la metafísica discutiendo los márgenes de la filosofía, cuestiona sus fronteras y toda dicotomía conceptual posible: lo propio y lo extraño, lo natural y lo artificial, lo presente y lo ausente. Es como si las voces de Derrida y Johnston hubieran surgido en los márgenes de lo que pareciera haber sido arbitrariamente institucionalizado por la masividad del mundo, y es justamente por eso (por paradójico que suene) que sus obras terminan por convertirse en un lugar de acogimiento para muchas personas. En el caso de Daniel, por comprender y representar a la perfección a una gran cantidad de músicxs independientes jóvenes de los años 80 y 90. Por lo tanto, mi tercer motivo de interés por Daniel Johnston lo ocupa su lugar como artista outsider en este mundo.
“No hay fuera del texto” escribe Jacques Derrida en “De la gramatología”, que lejos de negar la existencia o la importancia del contexto en el que se da un texto, sugiere con su afirmación que es imposible aislarlo: todo es texto, el contexto está siempre abierto, no tiene bordes. El texto en cada nueva lectura que se haga de él necesita incorporar el contexto y solo así se completa su sentido. Vuelvo a la cita del artículo de Enriquez y a las palabras de Ty Burr y pienso: ¿cómo es posible si quiera intentar separar a Daniel Johnston de su contexto, mucho más allá de sus enfermedades? ¿Cómo separar la total autenticidad de sus sentimientos y pensamientos de su obra? ¿Y qué decir de su horas de trabajo, recluido en soledad a cuatro paredes en un subsuelo? Me resulta más trabajoso pretender aislar la imagen que tengo de él junto a su grabador Sanyo en el sótano oscuro de una casa en Texas, que directamente atribuirle su habilidad creativa a la bipolaridad o esquizofrenia. “Forman parte de este pretendido contexto real un cierto presente de la inscripción, la presencia del escritor en lo que ha escrito, todo el medio ambiente y el horizonte de su experiencia y sobre todo la intención, el querer decir, que animaría en un momento dado su inscripción.”Ty Burr 4 incluso incorpora en su crítica el concepto de “objet trouvé”, como si la inspiración y creatividad de Johnston hubieran surgido de la nada o aparecido por arte de magia, como si él se hubiera apropiado de algo que no lo implicaba emocional, sensible y humanitariamente. La letra de “I Had Lost My Mind” del disco “Don’t Be Scared (1982) dice: “Mira, tenía esta pequeña grieta en mi cabeza / Que lentamente se abrió y mi cerebro se salió / Se cayó a la vereda y ni me di cuenta / Había perdido mi cabeza”. Por supuesto que sus enfermedades tienen mucho que ver con su música, pero no creo que sea justo considerarlas como una exclusiva condición de posibilidad de su obra y me resulta absolutamente indisoluble el adentro y el afuera de lo que ocurría en la vida de Daniel, “…no hay levedad, no hay distanciamiento en su trabajo.” 5
Jacques Derrida también introduce y describe en su filosofía el concepto de firma. Sobre la firma oral nos dice que ésta “pretende ser la presencia del autor como persona que enuncia como fuente, en la producción del enunciado”y sobre la firma en enunciaciones escritas que ésta 6 “implica la no-presencia actual o empírica del signatario. Pero, (…) recuerda su haber estado presente en un ahora pasado, que será todavía un ahora futuro, por tanto un ahora general, en la forma trascendental del mantenimiento.”Cuando escucho las grabaciones de Daniel Johnston me 7 es inevitable pensar en cómo sus discos responden de igual manera a las dos concepciones de firma que plantea Derrida. Por un lado, Daniel se hace completamente presente al reproducir su música. La textura y materialidad de la cinta magnética, su canto y su voz aniñada y los sonidos de fondo, el eco de la habitación registrada en los casettes, todo eso cumple la función de traerlo a mi presente. Siento su corporalidad, lo escucho cantar a mi lado sobre el demonio, Gasparín o el Capitán América. Pero también pienso en su historia, en ese pasado o más bien un presente registrado en esa cinta que hoy me permite imaginar su pasado. Pienso en su mirada de ese momento, ¿cuáles habrán sido los colores de su habitación? ¿Cuánta luz habrá entrado por la rendija del sótano cuando grababa sus discos? ¿Cuál habrá sido su relación y qué habrán opinado sus hermanos y hermanas de su música? ¿Cómo habrán sido los cuadernos en los que dibujaba boxeadores con la cabeza abierta, o ranas con ojos de caracol? ¿Qué habrá sentido cuando se enamoró de Laurie y cómo habrán transcurrido sus días en la angustia de un desamor?
Después de casi dos años de su muerte, después de casi dos años de mi primer acercamiento a Daniel Johnston, su arte y su música son para mi algo que, desde su más pura esencia de sencillez y humildad, logra resistirse a subestimaciones y apreciaciones desacertadas. Su música en mi vida se resignifica y ha resignificado en cada nueva escucha. Cada vez que oigo su música sucede un acontecimiento, un evento extraordinario e inanticipable, donde cada contexto en el que eso sucede me permite incorporar, reponer y dotar su obra de nuevos y diferentes sentidos. Derrida nos dice sobre esto que solo la experiencia de lo imposible es lo que hace que el acontecimiento encuentre lugar. Es sólo en esta forma paradójica del acontecimiento que se crean las condiciones de posibilidad de su existencia. En relación al arte o la creación, Derrida dice: “La invención es un acontecimiento; (…) Se trata de encontrar, de hacer venir, de hacer advenir lo que aún no estaba ahí. (…) si hay invención ella no es posible sino a condición de ser imposible. Esta experiencia de lo imposible condiciona la acontecibilidad del acontecimiento. Lo que ocurre como acontecimiento, no debe ocurrir sino allí donde es imposible. Si fuera posible, si fuera previsible, es que aquello no ocurre.” 8
Entonces, desde mi presente, concluyo: Daniel grabó sus cintas magnéticas, en los años 80’s y 90’s. Esa materialidad me hace pensar en la idea de firma, una firma que, como decía Derrida, sólo es posible porque propone e invoca una contrafirma. Ninguna firma, es decir ninguna obra está completamente acabada sin la contrafirma de quien la escucha. Como quedó muy claro en todo el texto, no me atrevo a dudar ni un segundo de la legitimidad del arte de Johnston, pero pienso ¿qué sería de él sin sus incondicionales oyentes? ¿O, por ejemplo, sin una escritora como Mariana Enriquez que escribe sobre él, eternizándolo una vez más y poniendo en jaque las palabras de lxs escépticos? Por mi parte y desde mi lugar de puro respeto y admiración por Daniel Johnston, y admitiendo que no pertenezco al grupo de sus oyentes incondicionales, puedo decir que estoy completamente segura de que no me imaginaba que el True Love Will Find You In The End que escuché por primera vez en 2019 se convertiría para mí en el sonido que firmaría un desamor. Tampoco pude ver en un principio que el hecho de haber llegado en 2020 a su disco “Space Ducks” a través de mi hermano de 16 años, o su encanto por Daniel, podían quizá significar una curiosa identificación con su tormentosa historia de vida. Y definitivamente no anticipaba que Johnston, antes de convertirse en una obsesión musical de esas compulsivas que suelo tener, aparecería hoy en mi vida generándome una inquietud tal, que me llevaría a detenerme por un segundo y decidir escribir sobre él.
1 Enríquez, M. (2020) El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones. Página 375.
2 Enríquez, M. (2020) El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones. Página 372.
3 Enríquez, M. (2020) El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones. Página 378.
4 Derrida, J. (1971) Firma, Acontecimiento y Contexto. Página 9.
5 Enríquez, M. (2020) El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones. Página 378.
6 Derrida, J. (1971) Firma, Acontecimiento y Contexto. Página 20.
7 Derrida, J. (1971) Firma, Acontecimiento y Contexto. Página 20.
8 Derrida, J. (1977) Seminario: «Decir el acontecimiento ¿es posible?»
Bibliografía:
– Derrida, J. (1971) Firma, Acontecimiento y Contexto. Comunicación en el Congreso Internacional de Sociedades de Filosofía de lengua francesa. Montreal. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Traducción de C. González Marín.
– Derrida, J. (1977) Seminario: «Decir el acontecimiento ¿es posible?», realizado en el Centro Canadiense de Arquitectura. Edición digital de Derrida en castellano. Traducción de Julián Santos Guerrero. Edición digital de Derrida en castellano.
– Enríquez, M. (2020) El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones. Santiago de Chile. Ediciones Universidad Diego Portales.
– Loriga, S. (2020) El contexto sin borde según Jacques Derrida. Centre de Recherches Historiques, École de Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). París.
– Quevedo, A (2001) De Foucault a Derrida. Pasando fugazmente por Deleuze y Guattari, Lyotard, Braudrillard. Ediciones Universidad de Navarra. Navarra. Edición digital de Derrida en Castellano.
Trabajo escrito en el marco de la materia «Semiótica de la Música» de la Licenciatura en Artes y Tecnologías de la UVQ. Año 2021.